martes, 23 de febrero de 2010

Si Esto Es Un Hombre, de Primo Levi

Si Esto Es Un Hombre

Título Original: Se questo è un uomo
Autor: Primo Levi
Traducción: Pilar Gómez Bedate
Editorial: El Aleph
Año: 1947

Si esto es un hombre, libro que inaugura la trilogía que Primo Levi dedicó a los campos de exterminio, surgió en la imaginación de su autor durante los días de horror en Auschwitz, cuando la principal preocupación de los prisioneros era que, de sobrevivir, nadie creería la atrocidad de la historia vivida. Los campos de concentración y exterminio, más que resguardados por las alambradas y los guardias, lo estuvieron por su propia monstruosidad, que los hacía inconcebibles. Es la austeridad del testimonio de Primo Levi, una víctima que no grita pero que arranca el grito de la garganta de su lector, lo que devuelve al horror su realidad y lo hace inteligible como una siniesta señal de peligro. Un libro conmovedor de un hombre con una indestructuble fe en la razón.


El testimonio real de Primo Levi sobre su paso por el campo de exterminio de Auschwitz es un documento de alto valor e interés histórico. Con una estructura intencionadamente fragmentada y a veces dispersa, el autor narra de forma austera, desapasionada en ocasiones y emocionante en otras, sus experiencias y reflexiones personales acerca de este episodio de macabra locura colectiva de la Historia reciente. Escrito poco tiempo después de su liberación y publicado en una editorial menor en 1947, no fue hasta el año 1958 cuando el libro logró el merecido prestigio del que actualmente disfruta. La traducción realizada por Pilar Gómez Bedate es en ocasiones desesperante, con abundantes fallos de puntuación y numerosas incorrecciones en el uso de los tiempos verbales.


Si Esto Es Un Hombre

Los que vivís seguros
En vuestras casas caldeadas
Los que os encontráis, al volver por la tarde,
La comida caliente y los rostros amigos:
Considerad si es un hombre
Quien trabaja en el fango
Quien no conoce la paz
Quien lucha por la mitad de un panecillo
Quien muere por un sí o por un no.
Considerad si es una mujer
Quien no tiene cabellos ni nombre
Ni fuerzas para recordarlo
Vacía la mirada y frío el regazo
Como una rana invernal.
Pensad que esto ha sucedido:
Os encomiendo estas palabras.
Grabadlas en vuestros corazones
Al estar en casa, al ir por la calle,
Al acostaros, al levantaros;
Repetídselas a vuestros hijos.
O que vuestra casa se derrumbe,
La enfermedad os imposibilite,
Vuestros descendientes os vuelvan el rostro.

(...)

No interrogaban a todos, sólo a algunos. "¿Cuántos años? ¿Sano o enfermo?" y según la respuesta nos señalaban dos direcciones diferentes.

(...)

En menos de diez minutos todos los que éramos hombres útiles estuvimos reunidos en un grupo. Lo que fue de los demás, de las mujeres, de los niños, de los viejos, no pudimos saberlo ni entonces ni después: la noche se los tragó, pura y simplemente. Hoy sabemos que con aquella selección rápida y sumaria se había decidido de todos y cada uno de nosotros si podía o no trabajar útilmente para el Reich; sabemos que en los campos de Buna-Monowitz y Birkenau no entraron, de nuestro convoy, más que noventa y siete hombres y veintinueve mujeres y que todos los demás, que eran más de quinientos, ninguno estaba vivo dos días más tarde. Sabemos también que por tenue que fuese no siempre se siguió este sistema de discriminación entre útiles e improductivos y que más tarde se adoptó con frecuencia el sistema más simple de abrir los dos portones de los vagones, sin avisos ni instrucciones a los recién llegados. Entraban en el campo los que el azar hacía bajar por un lado del convoy; los otros iban a las cámaras de gas.

Así murió Emilia, que tenía tres años; ya que a los alemanes les parecía clara la necesidad histórica de mandar a la muerte a los niños de los judíos. Emilia, hija del ingeniero Aldo Levi de Milán, que era una niña curiosa, ambiciosa, alegre e inteligente a la cual, durante el viaje en el vagón atestado, su padre y su madre habían conseguido bañar en un cubo de zinc, en un agua tibia que el degenerado maquinista alemán había consentido en sacar de la locomotora que nos arrastraba a todos a la muerte.


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