![]() | El Hijo Del Trapero Título original: The ragman's son Autor: Kirk Douglas Traducción: Iris Menéndez Editorial: Ediciones B / Primer Plano Año: 1988 AUTOBIOGRAFÍA |
De pequeño le llamaban Issur y su padre era trapero. Su madre solía contarle que los niños vienen al mundo en una cajita de oro. Quiso creerlo, pero no fue fácil porque en su infancia apenas vio más que chatarra y trapos viejos y el oro tardó mucho en llegar.
Sin embargo, un buen día Kirk vio su nombre en letras doradas y le dio un portazo en las narices a Issur. Aunque nunca dejo de ser el hijo del trapero, fue para siempre el agónico boxeador de Campeón; o Espartaco, el inolvidable esclavo; o un loco de pelo rojo llamado Van Gogh; o el capitán atormentado de Senderos de Gloria...
Tantos personajes, tantas vidas. Tantos viajes. Y mujeres, claro: de Marlene Dietrich ("Era extraña; cuanto peor estabas, más parecía quererte"), a Rita Hayworth (un día, ella se quejó: "Los hombres se acuestan con Gilda, pero se levantan conmigo"), pasando por Joan Crawford ("Ella solita equivalía a seis hermanas y una madre").
El sueño de la caja de oro se ha esfumado, pero no importa, pues la vida real ha ido sumando sueños para el hijo del trapero, hasta convertirle en el padre de un "hombre Oscar".
Cuando los grandes estudios cinematográficos quisieron domesticar a Kirk Douglas, no sabían a quien se enfrentaban. Él se las ingenió para producir sus propias películas. Quienes le conocían no se sorprendieron: Kirk Douglas, nacido Issur Danielowich Demsky en 1916, había pasado ya todas las guerras. Sus padres eran rusos emigrantes, procedentes de la pobreza y los pogroms; el padre se convirtió en trapero para sustentar a la familia y él mismo lió hatos de trapo en más de una ocasión.
Esta fue la infancia de quien tal vez fuera el último de los grandes. Su vitalidad y su tremenda fortaleza han hecho de él un ser emblemático dentro del mundo del cine: Kirk Douglas es hoy el símbolo del gran sueño americano, el chico pobre convertido en rey por su propio esfuerzo.
La cadena de éxitos se comenzó a fraguar con The strange love of Martha Ivers en 1946. Durante un tiempo combinó el cine con el teatro, hasta que Campeón (1949) le consagró como estrella del celuloide. El éxito de esta producción fue el inicio de una brillante carrera, marcada por una imponente presencia física y por la inusitada capacidad que en todo momento demostró el actor a la hora de adaptarse a directores tan dispares como Kubrick, Minnelli, Wilder, Mankiewicz, Huston o Kazan.
Cada uno de estos pasos tiene en El hijo del trapero un reflejo puntual, a veces tierno, otras abrumador, pero siempre sincero.
Sin embargo, un buen día Kirk vio su nombre en letras doradas y le dio un portazo en las narices a Issur. Aunque nunca dejo de ser el hijo del trapero, fue para siempre el agónico boxeador de Campeón; o Espartaco, el inolvidable esclavo; o un loco de pelo rojo llamado Van Gogh; o el capitán atormentado de Senderos de Gloria...
Tantos personajes, tantas vidas. Tantos viajes. Y mujeres, claro: de Marlene Dietrich ("Era extraña; cuanto peor estabas, más parecía quererte"), a Rita Hayworth (un día, ella se quejó: "Los hombres se acuestan con Gilda, pero se levantan conmigo"), pasando por Joan Crawford ("Ella solita equivalía a seis hermanas y una madre").
El sueño de la caja de oro se ha esfumado, pero no importa, pues la vida real ha ido sumando sueños para el hijo del trapero, hasta convertirle en el padre de un "hombre Oscar".
Cuando los grandes estudios cinematográficos quisieron domesticar a Kirk Douglas, no sabían a quien se enfrentaban. Él se las ingenió para producir sus propias películas. Quienes le conocían no se sorprendieron: Kirk Douglas, nacido Issur Danielowich Demsky en 1916, había pasado ya todas las guerras. Sus padres eran rusos emigrantes, procedentes de la pobreza y los pogroms; el padre se convirtió en trapero para sustentar a la familia y él mismo lió hatos de trapo en más de una ocasión.
Esta fue la infancia de quien tal vez fuera el último de los grandes. Su vitalidad y su tremenda fortaleza han hecho de él un ser emblemático dentro del mundo del cine: Kirk Douglas es hoy el símbolo del gran sueño americano, el chico pobre convertido en rey por su propio esfuerzo.
La cadena de éxitos se comenzó a fraguar con The strange love of Martha Ivers en 1946. Durante un tiempo combinó el cine con el teatro, hasta que Campeón (1949) le consagró como estrella del celuloide. El éxito de esta producción fue el inicio de una brillante carrera, marcada por una imponente presencia física y por la inusitada capacidad que en todo momento demostró el actor a la hora de adaptarse a directores tan dispares como Kubrick, Minnelli, Wilder, Mankiewicz, Huston o Kazan.
Cada uno de estos pasos tiene en El hijo del trapero un reflejo puntual, a veces tierno, otras abrumador, pero siempre sincero.
El pasado 5 de febrero falleció a los 103 años Kirk Douglas, uno de los últimos mitos de la época dorada de Hollywood. Hace ya más de tres décadas, sobrepasados los setenta, se editó esta autobiografía en donde el protagonista y productor de títulos como Senderos de gloria o Espartaco repasaba su vida y obra. Nacido como Issur Danielovitch Demsky, hijo de judíos rusos analfabetos que llegaron en Ellis Island a comienzos del siglo XX huyendo del reclutamiento para luchar en la guerra ruso-japonesa ("eran los tiempos en que los campesinos ignorantes como mi padre, reclutados por el ejército, llevaban heno atado a una manga y paja a la otra para distinguir la mano derecha de la izquierda") y de los sangrientos pogromos ("donde jóvenes cosacos estimulados por el vodka consideraban un deporte galopar por el ghetto y abrir unas cuantas cabezas judías. Mi madre vio matar así, en la calle, a uno de sus hermanos"), describe en El hijo del trapero sus humildes orígenes en el 46 de Eagle Street de Amsterdam, pequeña localidad del estado de Nueva York en la que nació un día de diciembre de 1916. Seguramente sean ésos los mejores momentos de un volumen que también desgrana las vicisitudes que acabaron por convertirlo en una de las principales estrellas de los años cincuenta y enumera con nombre y apellidos las muchas mujeres que pasaron por su vida. El libro se convierte entonces en una suerte de crónica rosa que remonta cuando detalla su conocido enfrentamiento con Stanley Kubrick o su relación con Dalton Trumbo, al que rehabilitó cuando éste aún se encontraba en la lista negra y cuyo caso detallaría posteriormente en Yo soy Espartaco. Con Kirk Douglas se ha ido una parte importante de la historia del cine y su autobiografía es una oportunidad de repasar su leyenda.
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